9.3.07

Andalucía en la deriva de la primavera. Antonio Barreda

martes, 06 de marzo de 2007
Hoy que la primavera llega para poseer con ternura las tierras de mi Andalucía, me siento triste, decaído, cansado de jugar por los campos del señor. Parece que mis palabras se agigantan en mi voz pero mueren en largas letanías depositadas una a una sobre aquellos en los que un día confiamos que estarían junto a nosotros. Pero una soberbia extraña y extensa se eleva como un muro insalvable entre la tierra y la libertad, entre nuestra felicidad y nuestra herencia. Demasiado solos, demasiado cansados de levantar las banderas y las picas, tan solos que el orden en las batallas se pierde y los restos de aquellos que aun estamos en pie se nos ve como estatuas de sal o como colosos de piedra resquebrajada en medio de una inmenso desierto.

Hoy los oligarcas se ríen a carcajadas frías porque ya saben quiénes somos y cómo somos, indomables, pequeños leónidas que dejarán su vida en la lucha por la libertad de mi pueblo antes que ceder un centímetro ante el régimen. Ellos nos conocen ya por nuestros nombres, uno a uno, y saben de nuestro pasado inmaculado, limpio, rozando lo libertario, a los que nunca conseguirán apagar sus voces, aquellos que entregaron su vida a una causa, aquellos que pusieron la primera piedra de una nueva iglesia. Así somos, como sangre que cubre un nuevo cáliz hasta el borde, sin derramarse.

Hoy siento mi consciencia golpear cada trozo de mi cuerpo hasta abandonarlo anegado en las orillas por donde anduve en mi juventud, allí donde perdí la inocencia golpeado por puntas de Longinos y cuyas llagas aun tengo recordándome el dolor duro de la derrota cada hoja que cae del calendario. Muchas veces me siento en las orillas del río que nace en mi interior y pierdo mi pensamiento en sus aguas, allí recuerdo cuando la libertad gobernaba todavía entre mi pueblo, cuando los niños eran niños y los hombres eran hombres. Mi pueblo está demasiado dormido para despertarse, demasiado borracho para levantarse. Yace esparcido desde los pies de Sierra Morena hasta las playas salvajes de Cádiz que miran ya a otro continente. Usado como estandarte para llegar hasta la silla del gobernante y desde este poder ocupar la sociedad en toda su extensión, sin dejar huecos ni fisuras, sin dejar grietas ni canaladuras.

Hoy siento que estoy empezando a alejarme de allí donde no me quieren, de allí donde un día me dijeron ven: y lo dejé todo. Parece que todos los esfuerzos son inútiles, que somos predicantes de verbos que solo unos pocos entienden, parece que nuestro mensaje nace encriptado y no llega a los oídos de mi pueblo para que despierte, para que se levante y expulse a estos sátrapas de las sillas y de los nuevos palacios que construyeron.

Quien es Antonio